En los tiempos de Altamira vivir en las cavernas no significaba vivir en la oscuridad; todo lo contrario, podemos imaginar a aquellas personas integradas en su paisaje natural y bien curtidas por la vida al aire libre.
Al refugio de las cuevas y abrigos rocosos, los grandes hogares permanentes eran fuente de luz por la noche, y fuente de calor en los días fríos. Alrededor de los hogares se cocinaba, se perfeccionaban herramientas, se endurecían puntas de madera al calor, se calentaba el sílex … La reunión en torno al hogar era también un espacio para compartir experiencias, rememorar aventuras o anécdotas; y era, quizá, un tiempo para perpetuar leyendas o mitos de los antepasados.
A veces, junto a los hogares aparecen lámparas de piedra. Es éste uno de los ingeniosos “inventos” de los Sapiens: el fuego transportable o la luz transportada. Estas lámparas son fabricadas aprovechando la forma natural de fragmentos de roca, preferentemente caliza; algunas están talladas con esmero sobre roca arenisca, con mango y todo. El hueco central se llena de tuétano, de los huesos largos de caballo o de bisonte parece el más adecuado; y se coloca como mecha hierbas, enebro o también musgo. Así de sencillo y así de elaborado es este invento.
La mayoría de las lámparas de piedra conocidas son circulares, con forma de cuenco, y de unos veinte centímetros de diámetro. Cada una puede contener unos doscientos gramos de tuétano, que con el calor de la llama se licuará, y dará luz durante más de dos horas; la lámpara puede permanecer encendida mientras se vaya reponiendo el combustible, el tuétano. La luz de estas lámparas es muy adecuada para usar en el interior de las cuevas, porque apenas desprende humo; sin embargo, cada una proporciona una iluminación ténue, como la de los candiles de aceite de nuestros abuelos, … o bisabuelos.
¿Para qué se utilizaban las lámparas de tuétano? La mayoría aparece en los campamentos, al aire libre o en la entrada de las cuevas; colocadas en alto, allí quizá eran utilizadas para complementar la iluminación de los grandes hogares. Algunas han aparecido en el interior de las cavernas, en lugares de paso, en los cruces de galerías, o junto a figuras pintadas en las paredes. Con seguridad, a la luz de estas lámparas de piedra, los creadores de las imágenes del arte de las cavernas no las contemplaron como las vemos hoy con luz eléctrica. Intencionado o no, bajo el efecto de la iluminación de las pequeñas llamas en movimiento resaltan las formas naturales de la roca, destacan los colores de las pinturas, las figuras vibran, las sombras se mueven…
Esto lo comprobamos en el Museo de Altamira cada Noche de los Museos, una oportunidad única para contemplar el arte de Altamira con su luz original.