En el lenguaje utilizado tradicionalmente al escribir sobre la Prehistoria han predominado siempre los términos masculinos, como “la evolución del hombre”, “el hombre de las cavernas”… Esto ha hecho invisible a la mitad de la Humanidad durante mucho tiempo en los libros de Historia. Sabemos que la evolución del Hombre es en realidad cosa de hombres y mujeres. Durante la Prehistoria todos los tipos humanos que han habitado en el Planeta se han organizado socialmente en grupos. En todas las épocas fue imprescindible la aportación de todos sus miembros, mujeres, hombres, niños y mayores, a las tareas de supervivencia que garantizaran el bienestar del conjunto. Y así fue también en los tiempos de Altamira.
Comunidades cohesionadas y bien organizadas. Tradicionalmente, en la reconstrucción de la vida cotidiana de las comunidades del Paleolítico se ha supuesto una división clara de funciones según el sexo en el seno de los grupos de cazadores – recolectores. Estos modelos tradicionales establecidos a lo largo del siglo XX son el resultado de una interpretación del pasado desde el presente, en un actualismo que está en revisión desde finales de siglo.
La caza ha sido una tarea atribuida sólo a los hombres, y, por extensión, también la fabricación de las herramientas, su diseño y utilización y, en general, toda la producción tecnológica. ¿Fue en realidad la talla de sílex una tarea sexuada en el inicio de nuestra Historia? ¿Fue la tecnología paleolítica “cosa de hombres”?. Si observamos con detalle los ámbitos en los que también las mujeres participaron necesariamente en el seno de sus comunidades, como la crianza y las tareas realizadas en los espacios habitados, apreciaremos que tuvieron que ser igualmente usuarias habituales de herramientas muy diversas, fabricadas en sílex, hueso, asta y otros materiales. El manejo diario de los útiles las haría buenas conocedoras de las características de los materiales empleados, del diseño de cada herramienta, de su mejor utilización y de su mejora o perfeccionamiento.
Todos iguales pero diferentes. Conchas y dientes de animales perforados y convertidos en colgantes pudieron ser simples adornos personales, o quizá algún tipo de símbolo que distinguiera a algunas personas del grupo, o que identificara a todas ellas frente a otras gentes. En todo caso, según las evidencias arqueológicas, el uso de adornos no era una cuestión de sexo. En muchas de las figurillas femeninas del Paleolítico se aprecian adornos grabados o esculpidos sobre el cuerpo, como collares, brazaletes, diademas o capuchas. Los collares son elementos simbólicos que acompañan tanto a mujeres como a hombres en los enterramientos del Paleolítico superior; en el inicio de nuestra Historia los adornos no son objetos sexuados. En la reconstrucción del pasado a partir del registro arqueológico, los adornos han sido interpretados como elementos simbólicos portadores de códigos relativos a jerarquías, funciones religiosas o mágicas, o de identidades de géneros, entre otros. Sin embargo, en el primer periodo de nuestra Historia, el Paleolítico superior, la presencia de estos adornos en espacios de vida y en espacios de muerte no diferencia a las mujeres de ningún otro miembro del grupo, sino todo lo contrario. Esta puede ser una argumentación para caracterizar a las comunidades de cazadores del Paleolítico sin rasgos diferenciadores basados en el sexo de sus miembros
Uno de los adornos más frecuentes en los tiempos de Altamira son los colgantes fabricados sobre caninos atrofiados de ciervo. Estos dientes perforados y, en ocasiones, decorados son hallados tanto en lugares habitados como en enterramientos del Paleolítico, formando parte de ajuares funerarios que acompañan tanto a mujeres como a hombres. En la investigación arqueológica, las sepulturas y su contenido conforman normalmente “contextos con sexo”; adquieren valor explicativo porque fundamentan la caracterización socio-económica de la sociedad que las ha creado y utilizado. Los conjuntos funerarios pueden ser indicadores de identidades sociales reconocidas por las comunidades que depositaban los ajuares junto a los cuerpos.
La respuesta a preguntas como ¿dónde están las mujeres de la Prehistoria?, o ¿cuál fue su papel en los inicios de nuestra Historia? a partir de los restos arqueológicos conservados requiere que evitemos desde la investigación una perspectiva que parta de la separación de los mundos masculino y femenino. ¿Estaban necesariamente separadas en el seno de las comunidades paleolíticas las tareas cotidianas como la producción de útiles y el uso habitual de éstos? Probablemente no.