Con frecuencia, después de la Fiesta del Carnaval visitan el Museo de Altamira grupos de escolares ataviados con los ropajes que han confeccionado para el desfile del colegio dedicado a la Prehistoria; algunos grupos vienen vestidos de prehistóricos y otros grupos vienen disfrazados de cavernícolas. La diferencia no es anecdótica.
El Carnaval es una fiesta de transformación, un tiempo con licencia para cambiar de identidad durante unas horas. Nos ponemos una careta para evadirnos de lo cotidiano y crear un personaje ficticio. Ocultos tras una máscara nos permitimos jugar a ser otra persona, evocamos nuestros ideales o nuestros miedos, lo bello o lo grotesco. El anonimato del disfraz nos protege en el incumplimiento de las normas de lo socialmente correcto y nos permite hasta el exceso. El Carnaval es una ruptura con la rutina, un desfile que nos traslada a mundos soñados, por todos y a la vez. En este viaje imaginado a otro tiempo o a otro lugar, la Prehistoria es siempre un destino muy sugerente.
Quienes en el Carnaval se agarran a un garrote y se visten con una piel de leopardo con el hombro al aire están rememorando la concepción más primitiva y errónea de nosotros mismos; es la imagen que los artistas del siglo XIX crearon para los primeros humanos, lo hicieron con pocos datos y mucha fantasía, pero es la imagen que aún se conserva en la cultura popular, reproducida una y otra vez en las viñetas de humor, y en los catálogos de las tiendas de disfraces. Esta imagen de “los primitivos” es muy apropiada para una transformación grotesca en Carnaval, que invita a gruñir, a gritar, a embrutecernos.
Aquellos grandes cuadros de carácter historicista del XIX también son fuente de inspiración para la imagen más cinematográfica de la Prehistoria: los Picapiedra. Es la imagen que tienen en mente quienes deciden vestirse con una casaca naranja de pintas negras y corbata o con un gran hueso en la cabeza. Esta recreación de la Edad de Piedra es aparentemente ingenua y quizá con el tiempo haya perdido su carga ideológica, pero en el origen de esta serie de dibujos animados en los años 50 del siglo XX existió una intencionalidad muy concreta: la de promocionar un estilo de vida y fomentar el papel doméstico de la mujer; es el tópico o ideal del “estilo de vida americano” disfrazado de falsa Prehistoria, quizá para legitimizarse desde ese falso pasado. No es para broma.
Sin duda, la imagen más popular de los prehistóricos es la de los trogloditas y los cavernícolas; esta percepción es consecuencia del poder del cine y de los medios de comunicación gráficos para divulgar imágenes, aunque erróneas o falsas, y para mantener estereotipos en el imaginario colectivo durante cientos de años.
A diferencia de disfrazarse de cavernícola, vestirse de prehistórico requiere una fuente de información bien diferente, por ejemplo, un museo. El Museo de Altamira presenta una imagen esencialmente distinta de cómo éramos en el inicio de nuestra Historia, una imagen basada en lo que sabemos, no en lo que inventamos o fantaseamos. Aquí os presentamos un avance:
http://museodealtamira.mcu.es/El_Museo/VidaTiemposAltamira/index.htm