Los lugares con arte rupestre conservan la expresión de nuestra memoria más remota, o quizá debiéramos decir “amnesia”, ya que los por qué y para qué de esas primeras imágenes humanas no los conocemos, los hemos olvidado.
Sin embargo, nos asombran continuamente los resultados de la investigación sobre este patrimonio cultural del inicio de nuestra Historia, y las posibilidades de saber más mediante la aplicación y utilización de la ciencia y la tecnología.
Cada lugar con arte rupestre es único e irrepetible, al mismo tiempo que en cada uno de ellos podemos reconocer tanto las características fundamentales de su contexto cultural como su singularidad. Podemos reconocer un lugar del Paleolítico, por ejemplo, tanto en la cueva de Llonín como en la cueva de Tito Bustillo, podemos comprender el primer arte tanto en Hornos de la Peña como en El Castillo.
Es el arte de los primeros humanos sapiens, cazadores recolectores, que llegaron aquí hace 35000 años, que mantuvieron una cultura y un modo de vida similar hasta hace 10 000 años coincidiendo con el cambio al clima actual. En la oscuridad de las cuevas, a veces en sitios recónditos, representaron sólo algunos animales mediante grabado, dibujo o pintura: caballos y cabras, bisontes o toros y ciervos o renos según el clima y la vegetación del momento, también algún mamut, un pájaro, un zorro… Hay manos en diversas cuevas y alguna figura que parece humana. El estilo varía y coincide según las regiones y la época, como también ocurre con los signos. Estos animales y signos eran la expresión gráfica simbólica de las ideas o pensamientos, de las creencias o mitos importantes de aquellas comunidades que compartían un marco cultural común en toda Europa.
Altamira fue inscrita en la Lista de Patrimonio Mundial en 1985. Después se entendió como el principal elemento de un conjunto y, en 2008, se amplió la inscripción con 17 cuevas de Asturias, Cantabria y el País Vasco.