Hace unos 20 000 años alguien pensó en la necesidad de crear un útil que sirviera para manejar más fácilmente los hilos y cuerdas fabricadas con fibras vegetales o con tendones que los grupos de cazadores – recolectores del Paleolítico empleaban en sus tareas cotidianas y que tan imprescindibles eran en su vida nómada.
Desde entonces, la aguja ha permanecido en nuestra cultura material; es uno de esos objetos útiles que nos acompañan desde el inicio de nuestra Historia, y que ha formado parte de “nuestra caja de herramientas”, de gentes de diferentes culturas y de diferentes territorios.
La aguja es un invento fabuloso, con éxito, porque no ha sido sustituida por otra herramienta para cumplir la función para la que en su origen fue ideada, diseñada y usada. A lo largo de la Historia hemos fabricado agujas para coser en otros materiales, y ahora ya no las confeccionamos a mano. Además, hemos ido creando otros tipos de agujas para diferentes tareas y oficios, agujas para tejer lanas, para remendar redes, para cerrar heridas en la piel… Y hemos integrado la aguja en máquinas complejas, como la máquina de coser, y en la producción industrial. Sin embargo, no ha cambiado lo esencial, la aguja sigue siendo un útil alargado y fino, circular y de superficie lisa, apuntado en un extremo y con un agujero en el otro.
La aguja hizo más fácil la vida durante los tiempos de Altamira. Es una evidencia arqueológica indirecta que nos permite imaginar nuestro aspecto, nuestra forma de vestir y buena parte de nuestro equipamiento. En los momentos más fríos sirvió, con ayuda de punzones, para confeccionar prendas diversas para abrigarnos. Serviría también para ensamblar con mayor precisión los cobertores de los lugares habitados. Con las agujas más pequeñas y finas se engarzarían conchas y dientes perforados para formar collares, o para coserlos a las ropas.
Por tanto, la aguja es tradición y modernidad, nace en el pasado remoto y pervive en el presente. Es resultado de la innovación, la experimentación y la creatividad humanas. Y, al mismo tiempo, la aguja representa la tradición, si entendemos por tradición lo que del pasado queda vivo en el presente. La tradición es la herencia colectiva, el legado del pasado, que se renueva desde el presente.
Como ejemplo de tradición y modernidad, presentamos esta aguja hallada en la cueva de Altamira. Otra similar procedente de la cueva El Juyo ha sido incluida en el Catálogo de la exposición Tradición y modernidad del proyecto Patrimonio en Femenino del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte, que puede consultarse en Patrimonio en Femenino.